El mundo guardó silencio mientras morimos: Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adiche.-

Resultado de imagen de BiafraPara conocer los antecedentes de Medio sol amarillo, recordemos que en los años 60, Biafra quiso independizarse y diseñó una bandera esperanzadora: el medio sol amarillo del amanecer. Pero vino la guerra y cuando todo cesó, en 1970, quedaron tres millones de igbos muertos.

La historia se cuenta a través de tres personajes impresionantes: Ugwu, un chico de pueblo que trabaja como criado en la casa de un profesor revolucionario. Olanna, una mujer de familia rica, que es la mujer del profesor, y Richard, un británico que acude a Nigeria en busca de material para un libro y que se enamora de la hermana de Olanna. En el difícil momento histórico que les toca vivir nacen dos historias de amor y los personajes y sus relaciones se transforman por la guerra, que los vuelve escépticos y debilita a los que parecían más fuertes.

Una no lee para aprender historia, pero apenas he leído nada de África o ambientado en África. En esta novela se habla de Biafra, ese país que podría existir o no sin que nos enterásemos, y del que la única imagen que teníamos es la de niños esqueléticos, moribundos, con la barriga para fuera. No fueron meras víctimas de guerra, se trató de un calculado genocidio amparado con el silencio internacional. Hubo un bloqueo, el hambre se usó como arma de guerra y provocó millones de muertos.

Los motivos inconfesables fueron los de siempre: el petróleo, pero además se sumó la estrategia británica del “divide y vencerás” para mantener el control sobre todo el territorio. En los telediarios de la época no se analizaban las causas, solo enseñaban las consecuencias, que no olvidaremos quienes entonces éramos niños: las imágenes en blanco y negro de niños esqueléticos, con la barriga hinchada y tirante, de ojos enormes y mirada perdida.

Adichie denuncia en páginas terribles cómo el hambre de esas criaturas la provocó Nigeria y cómo la población desconfiaba de los alimentos que atravesaban el bloqueo por el miedo a que estuvieran envenenados.

Novedad en la Biblioteca 2018

Pero las ganas de reír se le pasaron de golpe cuando entró en la habitación de Adanna. La niña estaba acostada en una estera, con los ojos medio cerrados. Olanna le acarició la mejilla con el dorso de la mano para comprobar que no tuviera fiebre, aunque ya lo sabía. Tendría que haberse dado cuenta antes. Adanna tenía el vientre hinchado y la piel muy pálida, mucho más que hacía unas semanas.

La autora se vuelve sarcástica cuando reconoce que la hambruna usada contra su gente se trivializaba sin pudor.  Los bienintencionados padres del mundo entero habían visto las noticias en sus teles recién inventadas y las utilizaron para convencer a sus hijos de que se lo comieran todo: “Cómo que no quieres comerte esto, piensa en los niños de Biafra, pobrecitos…”

La esperanza en un futuro nuevo que representaba el medio sol amarillo, se eclipsó. Terminó la guerra, pero algunas familias igbo siguen esperando, una vida siempre en permanente sombra, en permanente incertidumbre, que un hijo perdido, una hija perdida, vuelvan a casa.

Nadie paró aquello.  “El mundo guardó silencio mientras morimos”

(María Jesús Zabalza)